lunes, 8 de junio de 2009

"Los Creyentes"

Hace una semana estuve invitado a una comunión de un centro de enseñanza privado de Barcelona, que se celebraba en una iglesia del Opus y, durante la celebración, sólo me venía a la cabeza está película de finales de los ochenta, donde destacaba por encima de todo, Martín Sheen, sin ser demasiado viejo aún. Era una película de terror que me asustó, pero no me impresionó. Lo que más me chocó durante la celebración era la asociación constante a esta película. Era como pensar que aquella imagen eclesiástica de curas con monaguillos, padres en un lado, abuelos en otro e invitados detrás, con una forma determinada de vestuario, sin gritos ni llantos de bebé (ya que montaron una guardería en el exterior) y las niñas de la comunión, con sus manos juntas, delante de su cabeza, en un eterno rezo de sudorosas consecuencias, me acercaran a la sensación del miedo, del terror a lo inesperado, del susto que adivinas pero no ha llegado, del truco de magia, de la sorpresa final, cuando se descubre que el malo era en realidad el familiar que parecía más inocente, el novio de la protagonista o cualquier otro personaje que permitiera el giro argumental. Sentía la tensión que algo así, podía o iba a ocurrir. La voz del cura se apagaba por el mal funcionamiento de los micros, se oían sus susurros, pero no su voz, ni siquiera el mensaje. Había algo que debía ocurrir. Entonces el cura se golpeó tres veces el pecho y las niñas repitieron el gesto con sus puños y repitieron: "por mi culpa" y, la imagen de la persecución en el pajar, me vino a la cabeza y un escalofrío recorrió mi espalda y observé que el peor terror está en las palabras, ellas son fuente de transformación y deformación de la realidad. Y que el terror se encontraban en las palabras divinas, en la aceptación de la leyenda teñida de sangre que es nuestra historia y que en aquel gesto de puños golpeando los pechos de las niñas, se centraba el máximo horror, la aceptación de una realidad que ha de ser rota, destruida o, simplemente, acatada como cierta y verdadera. En el umbral de la duda, está la mirada de Martin Sheen, escondido en el pajar, esperando que los pasos se alejen y se cierre la luz, que en aquel caso, era la llegada del miedo...